Este cuento está inspirado en las interminables conversaciones familiares y la presión interna antes de elegir mi carrera y en un ensayo de Paulo Coelho sobre tomar decisiones con valentía, aunque no sepas el destino final.
La fecha límite para presentar la solicitud universitaria se cernía sobre mí como una tormenta amenazante. Todos a mi alrededor parecían tenerlo claro. Mis amigos hablaban con seguridad de "Ingeniería", "Derecho", "Medicina". Yo, en cambio, sentía un nudo en el estómago cada vez que alguien me preguntaba: "¿Y tú qué vas a estudiar?". Mi respuesta habitual, un vago "Algo relacionado con humanidades o artes", se sentía cada vez más inadecuada y temblorosa.
No era falta de intereses. El problema era la *abundancia* de ellos, y el miedo a elegir mal. Me fascinaba la historia, me perdía en la literatura, disfrutaba analizando películas y sentía una conexión profunda con la música. Pero, ¿cómo se traducían esas pasiones en una carrera "viable"? Esa era la palabra que resonaba en mi cabeza, susurrada por la sociedad, por familiares preocupados, y por mi propia inseguridad: "viable".
Mis padres, con la mejor de las intenciones, me presentaban escenarios. "¿Y si estudias [carrera tradicional]? Siempre tendrá salidas." "¿Estás seguro de que [carrera que me interesaba] tiene futuro?" Sus palabras no eran para desanimarme, lo sé ahora, sino para protegerme de la incertidumbre que ellos mismos habían enfrentado. Pero para mí, cada consejo sonaba como una advertencia, un recordatorio de que mi "pasión" podía ser un camino hacia la precariedad.
Pasaba horas investigando planes de estudio, perfiles de egreso, salidas laborales. Cuanto más leía, más confuso me sentía. Cada opción parecía tener sus pros y sus contras, sus promesas y sus riesgos. ¿Debía elegir algo "seguro" aunque no me apasionara del todo? ¿O arriesgarme por algo que amaba, aunque el camino fuera menos claro? El miedo a arrepentirme de mi elección me paralizaba. Veía a mis compañeros avanzando, llenando formularios, haciendo planes concretos, mientras yo seguía dando vueltas en círculos, atrapado en la indecisión.
Leí artículos sobre orientación vocacional, hice tests de personalidad (cuyos resultados a menudo me decían que era apto para cincuenta carreras diferentes, aumentando mi confusión). Hablé con profesionales de distintos campos. Cada conversación me daba una pieza del rompecabezas, pero ninguna me mostraba la imagen completa. Sentía que tenía que tomar una decisión monumental, la que definiría el resto de mi vida, con información incompleta y una bola de cristal defectuosa.
En medio de esta angustia, recordé haber leído en un ensayo de Paulo Coelho que a veces, el acto de tomar una decisión, aunque sea imperfecta, es más importante que la decisión misma. Que la vida se trata de caminar, y el camino se va haciendo al andar, no antes. Esa idea, simple pero poderosa, empezó a calar en mí. Quizás no necesitaba tener la certeza absoluta del futuro para dar el primer paso.
Entendí que mi miedo no era solo a elegir la "carrera equivocada", sino al propio acto de elegir y, por extensión, al compromiso con un futuro que aún no existía. Nadie podía garantizarme el éxito o la felicidad en ningún camino. Lo único que podía controlar era mi disposición a empezar y a adaptarme.
Respiré hondo. Volví a mirar los planes de estudio que sí despertaban algo en mí, más allá de la "viabilidad". Pensé en las clases que disfrutaría, en las ideas que exploraría, en la gente que conocería en ese entorno. Decidí que, aunque no tuviera un mapa detallado, elegir un camino que resonara con mis intereses actuales era un acto de fe en mí mismo y en mi capacidad de encontrar mi lugar en él.
Llené la solicitud. Escribí el nombre de la carrera que, a pesar de las dudas externas e internas, sentía que me llamaba. No desapareció toda la ansiedad, pero el nudo en el estómago se aflojó un poco. Había tomado una decisión. El miedo a elegir seguía ahí, latente, pero lo había enfrentado. Ahora, solo quedaba empezar a caminar por ese camino elegido, con la certeza de que, como decía Coelho, el paisaje se iría revelando paso a paso, y mi capacidad para recorrerlo sería mi mayor herramienta, más allá de la elección inicial. El futuro ya no parecía una cumbre inalcanzable que debía visualizar perfectamente antes de empezar a subir, sino un horizonte desconocido pero emocionante que empezaba a perfilarse con cada nuevo paso que daba.
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