Cuento 12: El Algoritmo y Yo

 Este ensayo/cuento está inspirado en el documental "The Social Dilemma" y en un momento en que noté cómo las redes sociales empezaron a mostrarme contenido cada vez más polarizado, haciéndome cuestionar mi relación con el "feed" y la sensación de estar atrapado por el algoritmo.


Al principio, las redes sociales eran solo una extensión de la vida social. Un lugar para conectar con amigos, compartir fotos de viajes, ver qué hacía la gente. Era divertido, despreocupado. Pero con el tiempo, algo cambió. El "feed" dejó de ser un simple flujo cronológico de publicaciones de mis contactos para convertirse en una curación personalizada y misteriosa. El algoritmo, esa entidad invisible y omnipresente, tomó el control.


Empecé a notar patrones extraños. Si interactuaba con una publicación sobre un tema en particular (digamos, cocina vegetariana), de repente mi feed se llenaba de recetas vegetarianas, anuncios de restaurantes veganos y debates sobre estilos de vida sin carne. Si mostraba interés en un tema político, pronto me veía sumergido en un torbellino de opiniones polarizadas, con el algoritmo aparentemente empeñado en mostrarme los extremos y los puntos de vista más conflictivos. No buscaba esa confrontación, pero el algoritmo la encontraba para mí.


Me di cuenta de que el algoritmo no solo me mostraba lo que *podría* gustarme; también me moldeaba sutilmente. Si pasaba mucho tiempo en un tipo de contenido (memes, noticias de entretenimiento, debates), el algoritmo me recompensaba con más de lo mismo, creando una especie de cámara de eco digital. Mis intereses, mis opiniones, e incluso mi estado de ánimo empezaron a sentirse influenciados por lo que esta inteligencia artificial decidía mostrarme. Era como si tuviera un curador personal invisible que conocía mis hábitos mejor que yo mismo, y que utilizaba ese conocimiento para mantenerme enganchado.


La sensación de ser manipulado, aunque fuera de forma sutil, era inquietante. Ya no sentía que yo decidía qué ver, sino que el algoritmo decidía qué era relevante para mí, basándose en métricas que yo no entendía y con objetivos (mi atención, mi tiempo en la plataforma) que no eran necesariamente los míos. Empecé a cuestionar la autenticidad de mi propio interés. ¿Realmente me importaba tanto este tema, o solo me importaba porque el algoritmo me lo ponía constantemente delante?


La reflexión se hizo más profunda al ver documentales y leer artículos que explicaban cómo funcionan estos algoritmos, cómo están diseñados para maximizar el engagement, cómo pueden exacerbar la polarización y cómo impactan nuestra salud mental y nuestra percepción de la realidad. No era una teoría de conspiración; era el modelo de negocio. Mi atención era el producto, y el algoritmo era el optimizador implacable.


Intenté resistir. Silencié cuentas, dejé de interactuar con cierto tipo de contenido, fui más consciente del tiempo que pasaba en las plataformas. Fue difícil. El diseño de las redes sociales está hecho para ser adictivo, para aprovecharse de la necesidad humana de conexión y validación. El algoritmo conocía mis debilidades mejor que yo. Una notificación, un "me gusta", un comentario... pequeños anzuelos digitales diseñados para atraer mi atención de vuelta al feed.


Mi relación con el algoritmo se volvió una danza constante entre el uso consciente y la recaída en el desplazamiento sin fin. A veces ganaba yo, cerrando la app después de unos minutos con un propósito claro. Otras veces, el algoritmo ganaba, y me encontraba una hora después, habiendo recorrido un sinfín de contenidos aleatorios sin recordar cómo había llegado allí.


Este tira y afloja me enseñó la importancia de la conciencia digital y la necesidad de establecer límites. El algoritmo es una herramienta poderosa, pero no puede (o no debería) ser el único curador de mi experiencia en línea, ni el dictador de mis intereses y opiniones. Recuperar el control significa ser intencional sobre cómo uso estas plataformas, a quién sigo, con qué interactúo, y cuánto tiempo les dedico.


La lucha contra el algoritmo no ha terminado. Es un desafío constante en un mundo cada vez más mediado por la tecnología. Pero ahora lo enfrento con una comprensión más clara de lo que está en juego: no solo mi tiempo, sino también mi atención, mi perspectiva y mi bienestar digital. El algoritmo sigue ahí, aprendiendo y adaptándose, pero ahora yo también estoy más consciente, tratando de ser el curador de mi propia experiencia, en lugar de ser simplemente el consumidor de lo que una máquina cree que quiero ver.


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